Mientras en países como Dinamarca, Islandia, Suecia o Noruega, ya se ha prohibido sacrificar animales en mataderos sin aturdimiento previo, en España todavía estamos "a verlas venir".
Pero ya, cuando entramos en el tema religioso, nadie se atreve a abrir la boca, y a los que se nos ocurre hacerlo, nos acusan de, como poco, racistas, y como mucho, lindezas que he tenido que escuchar recientemente y que prefiero no tener que reproducir aquí.
Os comparto este excelente artículo de Julio Ortega Fraile (El caballo de Nietzsche) acerca de este polémico asunto, y a ver si pasito a pasito, la conciencia y la consciencia animal se imponen ante la barbarie y la deshumanización, que a mi entender poco tienen que ver con la espiritualidad o las religiones. Con todos mis respetos hacia las creencias de cada uno, la COMPASIÓN debería ser un denominador común de todas, y ésta, brilla por su ausencia.
“A todos los que matáis en nombre de un dios, os espero en el infierno” (Lucca Capiotto)
Julio Ortega Fraile:
Vaya por delante mi respeto a las diferentes creencias religiosas,
y junto a él mi rechazo a toda práctica que suponga maltrato físico o emocional
para un ser vivo, la imponga la fe, un gobierno, una secta o una voz que suena
en nuestro interior. Aclaro también que estoy en contra de sacrificar a un ser
vivo para comérselo, sea su agonía laica o piadosa.
Dinamarca, siguiendo el ejemplo de Islandia, Polonia, Noruega o
Suecia, entre otros, prohibió el 17 de febrero el sacrificio de animales según
rituales que no permiten su aturdimiento previo. La nueva ley impide que se
acabe con la vida de vacas, terneros, pollos o cualquier criatura comestible por
“no impura” utilizando los métodos Kosher (judío) y Halal
(musulmán), ordenados por sus respectivas religiones. El viceministro
israelí de asuntos religiosos la calificó de antisemita, los islamistas dijeron
que atenta contra sus derechos, tacharon al Gobierno de poco democrático e
invitaron al boicot de productos daneses. En ambos casos insisten en que aturdir
a los animales es incompatible con las normas de su fe. Con la Iglesia hemos
topado, otra vez, amigo cordero. Superada la quema de gatos por parte de la
católica en la Edad Medía al considerarlos demoníacos (Mahoma los quería porque
su gata Muezza le salvó de la mordedura de una serpiente), nos encontramos con
la tortura de aves y mamíferos de la mano de judíos y musulmanes en una especie
de deja vu sangriento y secular.
El Kosher viene descrito en el Talmud, libro judío de leyes orales
y tradiciones; el Halal en la Sharia, código de conducta según el derecho
islámico. Esos textos recogen requisitos para el sacrificio de las criaturas
destinadas al consumo de su carne y niegan el aturdimiento
antes del degüello. Imaginemos que somos una vaca a la que van a matar
sin ofender a Alá ni a Jehová. Nos inmovilizarán, tal vez aprisionándonos entre
las paredes de un corral metálico, y nos sujetarán la cabeza. El desangrado
total es una pieza clave en este mandamiento divino, así que nos colgarán de las
patas traseras para asegurar una buena hemorragia. Mirando a La Meca en un caso
y ante un rabino, en el otro, nos seccionarán de un tajo la tráquea, el esófago,
la yugular y la carótida, la espina dorsal ha de quedar intacta. Y nosotros, o
sea, esa vaca, obedeciendo al Corán o La Torá, lo estaremos viendo y sintiendo.
Cada golpe de hierro, cada centímetro de acero, cada bocanada más de sangre y
menos de aire. El olor de nuestra muerte. Ahorrarnos un
instante de pánico y dolor sería pecar, y entre la hipotética condena
propia o el seguro tormento ajeno, el segundo le incomoda menos al único que
puede decidir en este cruel binomio: el hombre.
Entre diez y quince segundos, las ovejas y cabras. Unos sesenta,
las vacas y el doble, las terneras. Tiempo de sufrimiento, digo. Eso asumiendo,
claro, que el matarife sea hábil, que no tenga un mal día o no se haya
distraído, que el animal no se mueva, etc. Así que partiendo de estos mínimos
podemos llegar a varios minutos de agonía, terrible, pero eso sí, virtuosa para
los verdugos y clientes de la cruenta y prolongada ejecución. ¿Podemos
comprender que el segundero del reloj marcará eternidades en cada movimiento
para los degollados? ¿Podemos?
Judíos y musulmanes aseguran que a los animales les evitan con sus
métodos un sufrimiento presente en los que incorporan aturdimiento (sic). ¿Cómo?
Si le clavamos una aguja a un ciudadano inconsciente y a otro que no lo está,
¿cuál chillará? La mentira tiene las patitas cortas y el traspiés se llama
contradicción. En las condiciones para un sacrificio Kosher se dice: “No
desollar previo a la insensibilidad”. ¿No quedamos en que no les dolía?
Cristophe Buhot, presidente de la Federación de Veterinarios Europeos (ni rabino
ni ayatolá, veterinario), indicó que con estos rituales la
pérdida del conocimiento es lenta y el animal está estresado durante todo el
proceso. Claro que duele, claro que aterra, ¿cómo no va a hacerlo?,
tanto como que la ciencia y la decencia se arrodillen ante la falsedad y el
miedo.
Estos códigos de costumbres incluyen deberes o prohibiciones que en
España, como en otros países donde el Talmud o la Torá no son textos
incuestionables a los que se les debe acatamiento y sometimiento, nos merecerán
respeto, aunque creamos anacrónico o descabellado que transgreda la ley tomar un
vino kosher tocado de cualquier manera por un gentil, comer y beber con la mano
izquierda o bostezar durante la oración. Respeto, sí, pero sólo a veces, porque
hay otras reglas que por atacar derechos fundamentales, por vulnerar la ley y
retrotraernos al pasado son inadmisibles y directamente constituirían delito de
llevarse a cabo aquí. Hablo por ejemplo de las Ofensas Hadd, que en ciertas
regiones islámicas imponen la pena de lapidación o azotes por infidelidad
conyugal o la amputación de una mano al ladrón.
Sabemos que si un afgano islamista residente en Calatayud azota a
su esposa porque ella coqueteó con el cartero, sería juzgado y sentenciado de
acuerdo a nuestro Código Penal, que es también el suyo, le guste o no, por mucha
Sharia que haya leído. Y eso no es despreciar otras costumbres, no es burlarse
de la interpretación de su doctrina religiosa, es algo más mundano y
fundamental, algo que tiene prioridad sobre cualquier credo, sobre cualquier
dogma: el respeto a los derechos de los demás, a la libertad, a la vida. Y
necesitamos, exigimos, que los ataques a esos bienes inalienables sean
sancionados porque es la única garantía que tenemos para proteger a los que, en
condiciones de inferioridad, indefensión o desamparo, resultan víctimas
propiciatorias. Y también, por supuesto, porque el progreso moral y científico
nos demandan que esos principios -no los abusos- adquieran carácter universal y
que el conocimiento -no el oscurantismo- sea puesto a su servicio. ¿O es que
alguien se declara partidario del ensañamiento?, ¿alguno inclinado a prolongar
el dolor de un ser inocente? Todo eso pretende la ley, nuestra ley. O no, a
veces, no siempre, según, depende…
La Ley 32/2007 vigente en España sobre el “Cuidado de animales, en
su explotación, transporte, experimentación y sacrificio”, dictamina en
su Artículo sexto que: “Las instalaciones y los equipos de los mataderos, así
como su funcionamiento, evitarán a los animales agitación, dolor o sufrimiento
innecesarios”. Pero unas líneas después llega la
aberración en forma de exclusión, porque contempla que: “Cuando el
sacrificio de los animales se realice según ritos propios de Iglesias,
Confesiones o Comunidades religiosas inscritas en el Registro de Entidades
Religiosas, y las obligaciones en materia de aturdimiento sean incompatibles con
las prescripciones del respectivo rito religioso, las autoridades competentes no
exigirán su cumplimiento siempre que las prácticas no sobrepasen los límites del
artículo 3 de la Ley Orgánica 7/1980 de Libertad Religiosa”,que dice:
“El ejercicio de los derechos dimanantes de la Libertad Religiosa y de Culto
tiene como único límite la protección del derecho de los demás al ejercicio de
sus libertades públicas y derechos fundamentales, así como la salvaguardia de la
seguridad, de la salud y de la moralidad pública, elementos constitutivos del
orden público protegido por la Ley en el ámbito de una sociedad democrática”.
Entonces, no ser sometido a un sufrimiento evitable, ¿no es un
derecho fundamental?, ¿o tal vez el sistema nervioso de una ternera sacrificada
en Mataró funciona si el matarife nació en Jaén y se anula si lo hizo en
Teherán? Lo de la moralidad pública se las trae, no sabemos si es que la vaca
tiene que agonizar con las ubres tapadas. Un dato: en
Mercabarna, donde un 35% de corderos y terneras se degüellan según el rito
islámico, utilizan un box giratorio para el ganado vacuno prohibido en el Reino
Unido desde 1992 por razones éticas y de bienestar animal.
¿Qué es todo esto?, ¿una ruleta macabra en la que se evita la
angustia de seres inocentes “de vez en cuando”?, ¿el reconocimiento de que una
creencia religiosa está por encima del maltrato a un ser vivo?,
¿o simplemente una farsa en la que un mercado lucrativo y la trastienda del
miedo comparten escenario con una justicia que, llena de resquicios, pretende
nadar y guardar la ropa? La Comisión Europea, al
establecer una normativa obligando al aturdimiento, demostró modernidad y
valentía; cuando redactó la excepción para los degolladeros regidos por
preceptos religiosos hizo gala de una profunda cobardía y primitivismo. Y España
secunda las últimas.
Las declaraciones en Francia de Dominique Langlois, presidente de
la Asociación Nacional Interprofesional del Ganado y de la Carne, hablan de un
engaño a los consumidores: en ciertos mataderos se sacrifica a
todos los animales siguiendo el rito del desangrado. Las partes
delanteras y las vísceras se envían certificadas a las carnicerías musulmanas,
en tanto que las traseras van a parar al círculo normal sin que el cliente final
sepa de qué forma ha muerto esa criatura. Mohamad Moussaoui, presidente del
Consejo Musulmán de Francia, apuntó que la idea de etiquetar
la carne halal o kosher fomentaría el resentimiento contra ambas
minorías. Palabras suyas: “Estigmatizaría a musulmanes y judíos como
las comunidades que no respetan los derechos de los animales y eso generaría
tensiones”. No necesita mayor explicación.
La globalización y el multiculturalismo no pueden
ser sangrientos. La solidaridad con los pueblos y el respeto a sus
costumbres, algo necesario y enriquecedor, no deben traducirse en legitimar la
crueldad porque forme parte de su acerbo, ha de ser condenada sin que quepa una
sola justificación o exención. En Dinamarca, como en España. Ni una sola.
Y yo me pregunto, Dios no es el Supremo Amor, ¿No habría que detenerse a pensar quienes son estos dioses que necesitan rituales de dolor y sangre?. Para mi está muy claro, quien tenga algo de conciencia e inteligencia que lo piense un poco.
ResponderEliminarChapeau, Calipso!
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